Pertenecer a una religión es, en parte, tener el coraje para
confiar en una sola verdad. Yo prefiero esa especie de angustia que surge día a
día de no saber nada con certeza. Porque esa angustia me lleva a explorar y
desarrollar las teorías e hipótesis más absurdas que mantienen a mi mente
entretenida.
De todas maneras, no pretendo meterme con un tema tan
controversial como la religión en un primer post... Necesitaría primero entrar
en calor y conocer mejor los códigos de este -para mí- nuevo medio, antes de
dejarme llevar por las teclas hacia ese tipo de áreas.
Aunque, por otro lado, considero que hoy en día no es tan tabú
dicho tópico. Mientras se diversifican y ramifican más las opiniones, y en la
medida en que se lo trate con respeto, tolerancia y empatía, creo que no
deberían generarse conflictos ideológicos de ese tipo (ni de ningún
otro).
Pero no es ese el punto de este post, y no son estas las ramas por
las que me quiero ir hoy.
Hoy, a modo de inauguración y presentación personal, plantearé una
de las tantas teorías que se me ocurren luego de mis típicas idas y vueltas
emocionales. Y la temática tiene que ver, oh casualidad, con el motor de mis
reflexiones: la vida misma. Motor en todo sentido, una especie de "meta-motor",
ya que es gracias a la vida que puedo pensar, y la inspiración de mis pensamientos es la vida.
Es una temática que habrán planteado ya infinidad de personas,
desde grandes filósofos experimentados con incomparable habilidad para
expresarse, hasta adolescentes reflexivos que probaron un porro por primera
vez. Pero estoy segura de que nadie podrá negarme que cada vez que uno piensa
acerca de la vida y sus misterios, se le erizan un poco los pelos.
Bueno, la vida es para mí una competencia entre el destino y el azar. Se entrelazan la casualidad y la causalidad, formando una larga
y enredada trenza que nos confunde y nos sorprende constantemente. Pero debería
definir qué es para mi destino antes de que se me acuse de contradictoria: el
destino es un camino que forjamos nosotros mismos, es causa y efecto, el fin al
que nos dirigimos inevitablemente si tomamos determinado camino. Destino... no
se me ocurre que otra persona o ser o entidad pudiera pensarlo por nosotros;
somos demasiado inquietos, y si alguien o algo hubiese escrito nuestro destino,
seguramente haríamos alguna travesura que arruine los planes
predeterminados.
El destino es una meta. Es el final de cada viaje que emprendemos,
lo dice el diccionario (meta, punto de llegada). Y nosotros elegimos el viaje,
quizás sin darnos cuenta, tomando caminos sin ser conscientes de a dónde nos
llevarán. La causalidad es un desencadenamiento de actos diarios, simples y tal
vez minúsculos, que eventualmente provocan un efecto, quizás a tan largo plazo
que ya nos olvidamos de nuestra responsabilidad en el asunto.
El destino, el karma, es todo lo mismo para mí. Está en nuestras
manos. Pero existe también la casualidad, y aunque tengamos todo controlado,
puede de repente desmoronarse nuestro suelo. La puta casualidad, puede arruinar
todos nuestros planes y dejarnos desolados. Pero habrá entonces que juntar
fuerzas, superar la impotencia y emprender un nuevo viaje, proyectar un nuevo
destino.
Y esperar esos momentos en los que la casualidad interviene a
nuestro favor. Más que esperar, buscar esos momentos. Porque cuando conocemos
bien nuestra meta, la causalidad y la casualidad parecen acoplarse y tomar el
mismo rumbo, regalándonos lo que solemos llamar "un golpe de
suerte".
"Pero existe también la casualidad, y aunque tengamos todo controlado, puede de repente desmoronarse nuestro suelo."
ResponderEliminarQué gran verdad, me pasa todos los días jajaj =(
Este comentario ha sido eliminado por el autor.
ResponderEliminarTe recomiendo (por ser autor inmodesto) que leas: http://donyanlu.multiply.com/journal/item/519
EliminarBesitos!
Gracias por tu recomendación! Lo voy a leer :)
Eliminar