jueves, 22 de noviembre de 2012

Día de la música.

En mi afán por resolver aquellos misterios cotidianos de la vida, he llegado a coquetear con la locura, o por lo menos rozado una crisis nerviosa. Más allá de que la diversidad me parece fascinante, a veces me supera el nivel de ambigüedad al que nos enfrentamos. 

Toda hipótesis que me planteo suele perder validez o abrir más y más posibilidades. Y también me fascina la cantidad de caminos que se pueden abrir gracias a la curiosidad y la duda. Sin embargo, insisto, algunas veces me parece demasiado complejo todo y siento que mi hipersensibilidad me juega en contra. Me agarra ansiedad por resolver estos eternos misterios; la intriga me alimenta y mantiene viva la esencia lúdica de la niñez, pero también llega a angustiarme la falta de certezas y la inestabilidad del azar. 

La vida en sí es un sube y baja, y aunque meditemos o hagamos terapia, o nademos contra la corriente en busca del anhelado equilibrio, es inevitable que cada tanto nos patinemos hacia arriba o hacia abajo, en picos de felicidad adrenalínica [licencia poética] o pozos de tristeza paralizante.

Frente a la sobredosis de estímulos, tanto racionales como emocionales, que nos inyecta diariamente la vida, a veces me siento perdida, como drogada en un laberinto surrealista de incógnitas. 

Pero de repente me encuentro frente a una poción mágica que me rescata del caos aunque sea por unos instantes: la música. No es metáfora ni poesía. De golpe aparece una melodía, un ritmo, una voz o un sonido que se clava en el cuerpo y moviliza todas y cada una de sus partículas. La música atraviesa el cuerpo, agita las células, bombea el corazón de algo más que sangre, porque la sangre no es suficiente. La música, en cambio, sí es suficiente, al menos por un rato. Eriza los pelos, despierta emociones, sacude los músculos.

Agradezco que mis sentidos sean capaces de captar con tanto fervor las pulsiones de la música, porque no sé qué sería de mí si no sintiera cada tanto uno de esos escalofríos que provoca. Agradezco que haya gente tan talentosa, tan sensible, tan delicada para crear obras que me generen semejantes escalofríos. 

Estoy feliz también de que mi cuerpo se mueva y mi garganta se abra, y se me llenan los ojos de lágrimas cuando, ya sea bailando, cantando, o jugando a tocar la guitarra con mis amigos, logro abstraerme de cualquier incertidumbre y siento que todo en este mundo es perfecto y no hay nada a qué temerle. 

Feliz día de la música. 

jueves, 25 de octubre de 2012

Una historia real.

Esto me sucedió hoy. No es un cuento, es una historia 100% verídica, que por ser real no deja de ser fantástica.

Caminando por Pueyrredon, veo aproximarse al mismísimo Papá Noel. No estaba vestido de rojo ni iba en trineo, pero no había dudas de que era él. Estaba acompañado por un animal de cuatro patas: no era un reno, era un perro. Y no era cualquier perro, era un Pongo (fox terrier de pelo fino, ya lo conocen a mi pichicho malhumorado). 

Adivinarán que la alegría de cruzarme a Papá Noel fue superada por la emoción de ver a dicho perro, y no pude evitar expresarlo con un "Oh! Un Pongo!!!!". 

Tal exclamación inició una conversación con la celebridad barbuda. Primero me preguntó si mi fox terrier era hembra, y se desilusionó ante mi respuesta negativa... "Pongo es macho y viejito. Y mucho más histérico que este." 

Luego, desató su lengua en un monólogo acelerado y multitemático. Me contó que se fue a Alemania, con mucha gente, a un festival, y que es actor, y que va a hacer una obra en buenos aires. 

Cuando pude interrumpirlo traté de cerrar la conversación, no por falta de ganas de seguir hablando, sino porque tenía que continuar mi rumbo en esta ciudad donde el tiempo no sobra y todo es urgente.

Entonces, ocurrió lo increíble. Papá Noel tuvo la amabilidad de compartirme un mensaje espontáneo muy optimista y conmovedor, que además fue muy oportuno: "nunca es tarde para triunfar. Yo triunfé en la tercera edad." 

Y finalmente, ante mi infantil asombro, dijo lo siguiente:

"Si no te vuelvo a ver, Feliz Navidad."

miércoles, 10 de octubre de 2012

¿Volvieron los cuentos?

Alfonsina tenía una gran fobia: la aterrorizaban los trenes. 

No era el tren en sí lo que la asustaba. Más bien disfrutaba del ruido acompasado provocado por la interacción entre las ruedas y los rieles, y el contradictorio paisaje que viraba de urbano a rural de manera intermitente. Sin embargo, lo que le hacía temblar las rodillas era la posibilidad de que ese tren se descarrilara. 

Pero no era el descarrilamiento en sí lo que la asustaba... Lo que la hacía tiritar de miedo era el concepto de descarrilamiento. Siquiera pensar en la idea de que un tren, cuyo curso está predeterminado estratégicamente, que no padece la angustia de elegir su rumbo ya que se le ha adjudicado un carril inexorable, un tren cuyo destino está preestablecido y conocido desde el inicio de su marcha, abandonara dicha comodidad para caer destartalado en un suelo sin vía... le parecía tan descabellado y absurdo que la retorcía de temor. 

Tan ocupada estaba ahogándose en la penumbra de su propia fobia, preocupada por posibilidades abstractas e incontrolables, que no tomaba consciencia de un hecho real que, en efecto, estaba sucediendo. 

Dentro de su cuerpo, se estaba desatando una revolución. Surgía la era de la anarquía orgánica. Ya sea por el descarrilamiento del tren o alguna otra ocurrencia que le quitara el sueño y le consumiera las energías, cada vez que se preocupaba, una parte de su ser renunciaba a su cargo biológico y se exiliaba a cualquier otra parte del mundo.

Cada vez que fruncía su entrecejo, un grupo rebelde de átomos pertenecientes a su organismo, la abandonaba. Cada vez que apretaba los dientes, algunas células huían hacia otro continente. Cada vez que hacía sonar sus dedos, pequeñas partículas que la constituían armaban las valijas y partían a un viaje sabático. Cada vez que se le llenaban los ojos de lágrimas, cada vez que tragaba con fuerza, cada vez que se le cortaba la voz, cada vez que se estrujaba las sienes, se iba desmaterializando lenta e imperceptiblemente. 

Hasta que un día, después de tantas preocupaciones -por la fobia a los trenes y otras ridiculeces-. acabó por ser notoria su desintegración. 

Decidió entonces que emprendería un viaje para reconstruirse: recuperaría cada parte perdida, hasta volver a sentirse llena y completa.

No tomó ningún tren, porque las vías conocidas no llegan hasta los recónditos paraísos donde cada pizca de su ser descansaba. Trazó su propia ruta y, aunque en varias ocasiones la senda no era clara, a algún lado llegó.

miércoles, 12 de septiembre de 2012

RUBÉN, ¡NO!

Comparto un cuento que escribí para la primer clase de un taller de escritura que arranqué ayer.
La consigna era escribir algo bajo el título "Rubén, ¡no!", donde ese tal Rubén se rebele contra quien lo está oprimiendo. 
El resultado: 



Rubén, no

Ya está, me cansé. En cualquier otro país, esto seguramente sea considerado dictadura emocional. Pero acá nadie interviene. Ya no me castigan por lo que hago, sino que incluso anticipan el amague, adentrándose en la complejidad de mi mente, y censurando el mismísimo momento en el que nace la mínima intención, con una penetrante exclamación: Rubén, ¡no! Llegué al patético estado de no reconocer si realmente deseo hacer lo que me están prohibiendo, o si solo me lo propongo para llevarles la contra.

Toda mi vida actué según la premisa de acatar órdenes o perecer. Jamás me detuve a reflexionar sobre cuál sería mi destino si me revelaba contra el amenazante “Ruben, ¡no!” que me lanzan cada vez que siquiera fantaseo con hacer algo. Las posibilidades son terroríficas, se evidencia con solo mirar un periódico. Me aterran los periódicos.

Podría denunciarlos por abuso de autoridad, pero es claro que nadie escucharía mis reclamos. La gente suele ser agradable conmigo, pero me sería muy difícil explicarles el sometimiento que padezco. Además aprendí que no se puede confiar en nadie. Los mismos que primero están compartiendo conmigo un momento ameno, no tardan en encontrar la excusa para disparar un “Rubén, ¡no!” que me desconcierta y paraliza. Seré el hazmerreír de la gente, un bufón que invita a la constante desaprobación.

Rubén, no hagas esto. Rubén, no hagas lo otro. Ya no tengo ganas de hacer nada, me enjaulan con sus retos. Me condenan a la paranoia. Porque sucede que se presentan oportunidades en las que podría, por ejemplo, comer un sándwich o recostarme en un sitio confortable -cosas que no veo por qué habrían de estar mal-, y recibo tremendo castigo. Y luego, cuando opto por mantener distancia y hacer caso omiso a mis tentaciones, me seducen para que haga algo que en otro momento habría sido un pecado mortal. No sé qué es peor, si la tiranía o la incongruencia.

Ni hablar de las tentaciones sexuales. Los mismos que reprimen mis deseos totalmente instintivos y naturales, son los que no tienen ningún escrúpulo para dejarse llevar por la lujuria. Desfachatadamente, me excluyen de un universo que ellos navegan sin reparos. Y después, alimentando la incoherencia que los caracteriza, me presentan candidatas. Claro que no me niego, pero me encantaría poder elegir. O, aunque sea, no sentir la vergüenza de doblegarme sin objeciones a sus demandas.

El quid de la cuestión es mi debilidad; no logro imponerme, y aunque frustren mis deseos, acabo por complacer los suyos. Y para colmo, me alegro. Pero ya está, me cansé. No voy a permitir más agravios, a pesar del afecto que les tengo y las caricias que me brindan. Me volveré irreverente, agresivo y aterrador. Nadie osará prohibirme nada, todos temerán mi rabia. Voy a conseguir exactamente lo que quiero…

“Rubén, ¡no!”

Les ladro.

“Rubén, ¡no!”

Ok, ok, no me lo repitan. Me voy a la cucha.

lunes, 20 de agosto de 2012

Dejarse fluir.

[Mirar el río hecho de tiempo y agua
y recordar que el tiempo es otro río,
saber que nos perdemos como el río
y que los rostros pasan como el agua.]

-  Arte Poética, J.L. Borges.


Me di cuenta que la analogía de dejar que las cosas fluyan como el agua, es más precisa de lo que pensaba. Es algo que me dicen muy seguido y que me cuesta mucho aplicar a mi vida: dejar que las cosas fluyan sin poner represas emocionales. Sin embargo, por más que la escuchara mil veces, no había tomado consciencia de lo clara y evidente que es la metáfora. 

Hay muchas cosas que fluyen, como por ejemplo el viento...
Pero quien fluye por excelencia es el agua: fluye física y etimológicamente. 

Es un fluido que se deja fluir con fluidez. 

Un día de lluvia se me ocurrió mirar para arriba. Jamás había visto las gotas desde esa perspectiva, siempre observo la lluvia como un paisaje hermoso y melancólico, una fotografía en dos dimensiones. Pero al verla desde abajo, parecía una película 3D donde las gotas eran disparadas hacia mí, y trascendían la escena y me mojaban. 

Siempre ocurre eso, la lluvia nos es disparada, y no espera a que estemos preparados para empaparnos. 

Por eso me gusta tanto; cuando nos duchamos en el baño de nuestros hogares, realizamos el tradicional rito de desvestirnos, preparar la toalla, quizás hasta dejar a mano la ropa para vestirnos luego... Y decidimos el momento exacto en el que ingresaremos al santuario de la lluvia artificial. Pero la lluvia real nos ataca sin preocuparse si nos corre el maquillaje, si dejamos una ventana abierta, si arruina nuestros zapatos o nos resfriamos. La lluvia no tiene escrúpulos.

Siempre ocurre eso. Pero, al menos yo, no suelo mirar con frecuencia hacia arriba. Menos cuando llueve, que generalmente miro para abajo cuidando cada paso para no pisar baldosas flojas ni charcos. Por suerte, un día tuve la ocurrencia de levantar la mirada y ver las gotas en primer plano, viajando desde las nubes intocables directamente hacia mi cara. Sentí la lluvia más que nunca, la viví como protagonista, formé parte de ella.

Las gotas se lanzan como paracaidistas desde el cielo en caída libre, sin rumbo determinado. Caen donde tengan que caer, sin importar el perjuicio que pudieran causar si caen, por ejemplo, sobre un techo con goteras. 

Caen sobre un papel que se escapó de un bolsillo, con un número de teléfono que borran al mojarlo reiteradamente. 

Es tal el envión con el que caen, que siguen de largo una vez que tocan el piso. Se agrupan con todas las demás gotas cuyo destino fue similar, y forman un pequeño y urbano riachuelo que avanza sobre la acera, entre las hojas, las colillas de cigarrillos, las monedas de diez centavos abandonadas. 

Yo cambio la orientación de mi mirada, y ahora apunto hacia abajo, a este arroyo de gotas despreocupadas, ajenas a la ciudad y sus códigos y paradigmas. Esa gota que cayó, y todas las demás con las que se reunió sobre el asfalto, avanzan ágilmente, sorteando cualquier obstáculo que pudiera interponerse. Fluyen, sin conflictos ni complejos, hacia adelante, dejándose llevar por su propia corriente. 

Así es el agua. Jamás se detiene. Cada gota se arrastra sin frenos, se lanza al vacío y se deja fluir. 

Es inexplicable la sensación de ver nacer un pequeño e insignificante arroyo urbano, intrascendente y efímero, que surge a mitad de cuadra, entre la mugre de la ciudad, y avanza despreocupadamente aunque su destino sea tan irrelevante como caer en la rendija de alguna tapa de cloaca. Ni siquiera se plantea cuál será su destino. Simplemente fluye. Literalmente. Más explícito, imposible. 




PD: me pregunto si será más feliz una gota que cae en una selva, que una gota que cae en la metrópolis. 

miércoles, 15 de agosto de 2012

Cuento: EL LOCO DEL 152

Les comparto una vez más, otro cuento de los que me han publicado en www.psicofxp.com
Este particularmente me gusta mucho, porque creo que, aunque yo lo escribí, el mérito es del loco. Y anticipándome a la pregunta que ya me hicieron los que lo leyeron, les respondo: Sí, ese loco existe (en realidad hay dos locos mezclados pero un mago no debería revelar sus trucos). 

Este cuento salió publicado el 03/07/2012 en http://www.psicofxp.com/c/articulos/1519-el-loco.html


El loco del 152

Anda el loco sentado en el asiento trasero de la emblemática línea porteña de colectivos que une Olivos – La Boca. Casualmente, los asientos a su alrededor se encuentran siempre vacíos; nadie es lo suficientemente valiente para sentarse al lado de un loco. ¿Por qué será? Será por temor a lo desconocido, por la imposibilidad de seguirle el ritmo a sus imprevistos desvaríos, por el angustiante golpe de empatía que genera verlo tan perdido. Porque lo que nos hace humanos es la razón, y nos asusta la posibilidad de perder el juicio; duele enfrentarse a la verdad de que cualquiera podría volverse el loco del 152. Pero lo que intencionalmente se ignora, aparentemente deja de existir.

Es inofensivo el loco. Nadie toma consciencia de lo entretenido que podría resultar tener una conversación con él. Tiene miles de historias para contar; unas pocas reales, otras levementente intervenidas por su locura, y varias totalmente descabelladas, sin duda inventadas por una mente disparatada. Mas no es fácil distinguirlas, son todas igualmente interesantes y hermosas, con una mezcla de ingenuidad infantil y reminiscencias de un alma curtida por el pasado.

El loco lleva una gorra vieja, sucia y rota del Club Atlético River Plate. Todo en él está viejo, sucio y roto. Donde antes cualquier estudio médico podía encontrar un sistema nervioso fallado, hoy no quedan más que ruinas. Ya no hay enfermedad ni sufrimiento, solo ruinas de lo que algún día fue un proyecto de hombre, cuando salió del vientre de su madre y fue lanzado por el precipicio de la vida, sin poder detenerse, con la obligación de vivir y construir el camino a medida que avanzaba. Sin embargo, los acontecimientos lo llevaron a ser arrastrado por una demencia déspota, que lo hizo perder el control de su existencia y enajenarse. La demencia hasta hoy lo acompaña como su único confidente, aunque en realidad el loco tiene muchos amigos, con quienes tiene charlas y discusiones que a la vista de los demás, son charlas y discusiones con un asiento vacío, con la nada, con un recuerdo.

Abre la ventanilla y el viento helado le golpea la cara, lejos de despabilarlo. Como narrador omnisciente, relata lo que ocurre por la vereda, describiendo las emociones de los transeúntes como si pudiera leer sus mentes. El colectivo frena en un semáforo mientras un señor mayor espera en la parada de otra línea. El loco le habla, le dice: “estás viejo, los años te pesan”, se ríe y repite “¡qué viejo estás!”, pero no queda claro si le habla a ese señor, o si se habla a sí mismo, como si su propia consciencia se hiciera voz y pudiéramos enterarnos que el paso de los años lo agobia. El señor, por su parte, anciano y también visiblemente raído por el tiempo, sonríe con cómplice compasión.

El loco de repente se transporta a otro continente, y se lo escucha exclamando cantos de hinchadas de fútbol españolas, con un improvisado acento extranjero, hacia un imaginario fanático del Real Madrid que supuestamente pasea por la acera. Algunos pasajeros lo observan con desprecio o injusta indignación, pero a otros se les escapan algunas sonrisas porque logran ver que al final de cuentas, se trata de un chiflado inocente.

A veces se enoja, el loco, y a veces se ríe a carcajadas. Habla con la ruidosa puerta del 152 y le cuenta secretos, le explica cosas, le compra golosinas y le paga con billetes imaginarios.

Una vez, el loco fue cantor. Se sentó medio agazapado y comenzó a entonar, ensimismado mirándose las manos tensionadas frente a sus ojos formando garras suplicantes, un sinfín de preciosos tangos. Uno tras otro, compartió con su público indiferente un amplio repertorio de poesía cantada rioplatense. Algunas personas sintieron pena al ver desperdiciada la devoción con la que el loco ofrecía su música, y le regalaron un par de tímidos aplausos al concluir una de sus canciones. La alegría del loco fue inexplicable. Con los ojos abiertos de par en par y una sonrisa nerviosa, no hizo más que continuar el concierto, subiendo apenas el volumen para lucirse un poco más. Los aplausos continuaron, su emoción creció proporcionalmente a la cantidad de gente que lo aplaudía, pero finalmente la gente se dispersó y el loco perdió a su audiencia. Fue un poco triste ver desaparecer al trovador, y que quede en su lugar un simple loco sin gloria. Pero lo bueno de los locos es que no tienen noción del presente, el pasado ni el futuro. Un momento como aquel es suficiente para estimularlos, para llenar el frasquito de alegría que todos tenemos dentro, porque su locura ya no deja lugar a la pena ni la nostalgia.

Eso pasó hace rato; hoy el loco sigue siendo loco. Y la gente sigue siendo igual que siempre. Lleva su gorra vieja, sucia y rota como sus neuronas. Educado y excesivamente cortés, el loco agradece al colectivero del 152 que le abre las puertas en la parada que solicitó. Tanto se demora con sus reverencias al chofer, que éste le cierra las puertas en la cara, y el loco desesperado vuelve a tocar el timbre. El chofer, a pesar de que claramente tiene poca sensibilidad y paciencia, le vuelve a abrir las puertas. El loco nuevamente se desarma en ceremoniosos saludos, sinceramente agradecido como si el colectivero no lo hubiera ofendido de ninguna manera, y todos nosotros -incluso los que simulaban indiferencia- rogamos que se baje de una vez para que el colectivero no vuelva a burlarse de él. Varios de nosotros lo observamos cruzar la calle y doblar la esquina; luego enderezamos la mirada, sonreímos –esas sonrisas que se escapan cuando un niño se manda una travesura- y continuamos nuestras vidas.

Fin.

domingo, 5 de agosto de 2012

Segunda parte de no se qué: Continúa el Misterio.

La simetría convive con la asimetría.
El orden convive con el caos. 
El azar convive con el destino, la casualidad con la causalidad, la subjetividad con la objetividad.
La vida es un enorme cuadro de Escher donde se confunde el punto de fuga, y todo depende de la perspectiva desde la cual se observan las cosas. 
Una hormiga es grande en comparación con un microbio, pero pequeña en comparación a mi pie. 
Un ser humano es gigante frente a una hormiga, pero un punto microscópico en medio del espacio.

[Salgo a la calle y veo en el cielo un globo que juguetea con el viento. ¿Es casualidad? A simple vista, sí. Pero dos horas atrás, la mano torpe de una niña soltó el globo y éste se alejó ante los ojos desconsolados de la criatura que lo ve volar por el aire -ella jamás podrá volar. Su mano torpe es la causa, mi encuentro afortunado es el efecto, desde una perspectiva más amplia.]

¿De dónde sale la simetría?
Creo que nadie puede discutir que Brad Pitt es buen mozo. A mí no me gustan los rubios, pero objetivamente puedo afirmar que es lindo. Debe haber en su estructura ósea, en la organización de los rasgos dentro de su cara -vaya uno a saber-, algún orden natural. 

Existen fórmulas mágicas. Milenarias fórmulas mágicas.
Es pura química, la magia no está en su creación sino en su consecuencia.
Una melodía que tiene un efecto detonante, moviliza los átomos del sector cardíaco de un ser humano. De repente, euforia o melancolía. Magia.

Me maravilla lo que ocurre cuando sacamos una foto muy de cerca. 
Un plano detalle de la corteza de un árbol, el asfalto, una campera,  cualquier cosa de esas que solemos ver sin mirar, sin observar en detalle, una mirada "macro". Una foto del asfalto con el lente pegado al suelo nos permite ver una imagen nueva, que jamás habíamos percibido al ver el asfalto. [Cuando esperamos para cruzar la calle, cuando llueve y caen las gotas, cuando caminamos sorteando obstáculos de caca de perro.] Vemos cada partícula gris y parece un micro-universo, podemos jugar a confundir al ojo e imaginar que es una imagen panorámica desde el cielo. Podría ser una foto del universo, pero es la foto del asfalto, eso que yace bajo nuestros pies en la ciudad fría. Y por qué no pensar que podría ser un cosmos que está debajo, y que dentro del asfalto existen galaxias y sistemas solares y planetas Tierra. 
O pensar que somos asfalto. O pensar en la cantidad de cosas que pueden haber en el espacio, si en lo más mínimo hay cosas desconocidas. ¡Qué quilombo!


¿Existe la polaridad? ¿Los extremos? Entre ellos están los grises, que son más valiosos que el blanco o el negro. 
Pero si hablamos de extremos, significa que hay un fin. Un límite, una frontera. O sea, no habría infinito. Es finito, en algún momento llegaríamos al extremo. Pero, ¿qué hay luego? ¿Puede, simplemente, no haber nada? 


¿Podemos aplicar eso en la práctica cotidiana?
Cuando nuestra mente deambula hacia el infinito, con infinitas maquinaciones e infinitas preocupaciones e infinitas dudas, podríamos simplemente parar. Cruzar la frontera del infinito y quedarnos flotando en la nada, para descansar un segundo y relajarnos. Volver, siempre volver, me gusta volver. Pero no estaría nada mal tener un instante de nada


O quizás no existen los extremos, siempre puede haber más. Abrir el abanico 360 grados y continuar. Es un círculo, una espiral. La forma de un caracol, de las galaxias; la simetría. 

[Me gustan las palabras: asfalto. euforia. elocuente. luciérnaga.]


Estoy hilando una serie de pensamientos que podrían tener sentido si supiera cómo ordenarlos. Un rompecabezas inmenso, y siempre falta una pieza.


Y como cierre, en honor a la confusión que acabo de escribir, en honor a la espiral, a la simetría, al infinito, y a las dudas que no van a dejar de desvelarme, cierro la segunda parte con el mismo cierre de la primera parte. ¿Por qué? Énfasis. 


La dimensión temporal-espacial que transitamos es totalmente subjetiva, porque responde a las fronteras y parámetros que conocemos y definimos nosotros mismos en sociedad (el reloj, los límites geográficos, los trazos de grafito en una hoja). Pero la naturaleza tiene cierta objetividad que va más allá de la sociedad, más allá de la Tierra, más allá del Sistema Solar. Tiene simetría.


Fin de no se qué.


Cuadro de Escher.

miércoles, 1 de agosto de 2012

Primera parte de no se qué.

Todos reciben lo que dan. No sé si es karma o simplemente un equilibrio al que la naturaleza tiende. 
No se trata de dar para recibir, es algo que fluye solo, es más profundo y esencial. Y a veces, lo que uno se merece, bueno o malo, se demora en llegar y hay una especie de limbo en el que la vida parece muy injusta. Pero si das amor, seguramente recibas amor. Si repartís alegría, seguramente te llenes de alegría.

Este fragmento lo escribí mucho antes de haber desarrollado la "teoría" que propongo en el primer post de este blog: ¿Picsa o Pitsa?
Y puede ser medio contradictorio, pero quiero ampliarlo y pulirlo, porque en el fondo, creo que parten de un mismo principio.

Plantée en su momento la convivencia eterna que veo entre la casualidad y la causalidad. Sin embargo, queda claro que considero que la base de todo es la causalidad,  y que tenemos una gran responsabilidad y control (no total, porque existen las fatalidades casuales) sobre los acontecimientos que nos suceden. 


Pero a su vez, existe convivencia entre la subjetividad y la objetividad. Es un poco más complejo, porque ya desde el vamos se parte de una relatividad: para determinar si algo es objetivo o subjetivo, depende de dónde ponemos el foco. 

Si nos focalizamos en el sujeto, todo es totalmente relativo, ya que hay tantas verdades posibles como cantidad de personas en el planeta. Depende de las interpretaciones personales, y éstas, a su vez, dependen de las experiencias y conocimientos de cada uno. Y esta propiedad del ser humano de poder interpretar la vida desde su propia perspectiva, libremente, sin la necesidad de un paradigma que recorte nuestra mirada a una concepción predeterminada, es lo que hace más entretenida la existencia. 

[Es importante entrenar la capacidad de escuchar las interpretaciones de los demás, ya que nos permitirá enriquecer las nuestras. Pareciera ser un tabú discutir sobre ideologías, como si la tolerancia dependiera de cuánto nos acatamos a lo que el otro dice. Yo creo que la verdadera tolerancia y el respeto por la filosofía del otro consiste en absorver, asimilar, y sacar las propias conclusiones sobre lo que el otro plantea, demostrando así que se valora lo suficiente al otro como para reflexionar sobre sus opiniones.]


Pero si nos focalizamos en el objeto, existe cierto nivel de universalidad. Aunque la subjetividad es lo que enriquece la vida, la objetividad ordena el universo. La naturaleza está llena de cosas indiscutiblemente bellas; más allá de los gustos personales, hay cosas que son definitivamente estéticas, porque respetan cierta simetría. Un rostro hermoso, una flor, un caracol. Una espiral, el universo, la vía láctea y todas las demás galaxias. El infinito.

FIN DE LA PRIMERA PARTE


PD de la primera parte: en base a la mencionada dualidad objetividad/subjetividad, creo que lo que uno llama karma, es en realidad una red de causalidades que si las vemos desde una perspectiva más amplia, trascendente a nuestra propia visión -como si nos escapáramos de nuestro cuerpo y pudiéramos visualizar todo desde la luna o algún otro punto alejado- podríamos reconocer fácilmente. La dimensión temporal-espacial que transitamos es totalmente subjetiva, porque responde a las fronteras y parámetros que conocemos y definimos nosotros mismos en sociedad (el reloj, los límites geográficos, los trazos de grafito en una hoja). Pero la naturaleza tiene cierta objetividad que va más allá de la sociedad, más allá de la Tierra, más allá del Sistema Solar. Tiene simetría. 

No estoy sugiriendo nada. Recorté esto en dos partes y continúo en nuevo post mañana porque me di cuenta que a medida que voy escribiendo sobre este tema, me van surgiendo nuevas dudas y se abren miles de posibilidades. Cuando mi mente se aleja por un instante, apenas unos centímetros de mi cuerpo, e intento ver el todo en lugar de la parte que me corresponde, me da vértigo y vuelvo corriendo a resguardarme en lo conocido, lo simple.


Continuará...

lunes, 16 de julio de 2012

Cuento y Reflexión

Tengo abandonado el blog, ando medio bloqueada. 
Para mantenerlo a flote, voy a compartirles otro cuento de los que me publican en www.psicofxp.com.
Y al respecto, voy a hacer un comentario: me gusta escribir cuentos que no cumplan las expectativas. Significa para mi una revelación frente a algo que me molesta de mí misma: el generarme expectativas que luego no se cumplen, y entonces me decepciono. Para romper con ello, me divierte escribir cuentos que generen en el lector una expectativa que luego no se cumple; pero la idea no es decepcionar, sino mostrar otra alternativa que puede ser mejor o no, pero al menos genera esa sensación de ruptura de prejuicios que lleva a uno a reflexionar (en el mejor de los casos). Corro el riesgo de que mis cuentos no les gusten, pero hasta ahora me encuentro satisfecha de las repercusiones, porque les gusten o no, me responden con ideas nuevas que les surgieron luego de leerlos. Y me encanta que se pongan a flashear como yo, algunos hasta empezaron a escribir también sus propios blogs o cuentos =)

Dicho esto, prosigo a presentarles un cuento ya publicado el 23/06/2012 en el siguiente link:
http://www.psicofxp.com/c/articulos/1508-cuento-el-cofre-de-rene.html

Con ustedes, 

El Cofre de René

René padecía una gran maldición: todos los días era una persona diferente. Su personalidad no sufría modificaciones, pero su cuerpo cambiaba, así como también el contexto en el que se encontraba, en cada amanecer. Su familia era otra, sus amigos eran otros, y aunque los reconocía como propios, no eran los mismos que el día anterior. 

Su vida no había sido siempre así. Recordaba cuando alguna vez alguien le advirtió que debía aprender a ponerse en los zapatos del prójimo, o cuando alguna ex pareja le había criticado su falta de empatía. Ahora nadie podría quejarse de ello, ya que sus zapatos cambiaban constantemente y experimentaba todo tipo de condiciones de vida.

Una mañana despertó en la bohemia de una vida de ocio en una mansión heredada, y pasó todo el día disfrutando del pleno hedonismo. En otra ocasión, fue vagabundo, y pasó el día revolviendo tachos de basura, tolerando a duras penas su propio hedor. Alguna vez fue asesino a sueldo, y debió hacer un gran esfuerzo por eludir la encomienda de cometer un crimen. Fue prostituta, fue millonario, fue empleada pública, fue político, fue ama de casa, fue empleada doméstica, fue bailarín del ballet nacional, fue director de cine, fue cantante lírica. Desde hacía algunos años -había perdido ya la cuenta del tiempo transcurrido desde la primera mutación-, había pasado por todo tipo de empleo, clase social, nacionalidad y escenario.

Lo que no variaba era su edad, que mantenía la natural coherencia cronológica, y su imperturbable memoria, que archivaba ordenadamente cada vivencia. Lo cual significaba para René una gran carga emocional; guardaba cada lamento, cada alegría, cada éxito y cada fracaso de todos los personajes que había encarnado.

Exceptuando algunas oportunidades en las que sentía particular fastidio por tanta inconsistencia crónica, sobre todo cuando le tocaba un rol específicamente desagradable o amoral, René había caído en un estado de resignación propio de aquellos a quienes el azar ha impuesto una condición inexorable. Su estado se le presentaba como una discapacidad sin tratamiento posible, una condena irreversible.

Al principio, antes de acostarse, sentía oprimirse su pecho del miedo por la forma que podría adoptar su cuerpo el día siguiente. Llegó a temer, alguna vez, que las mutaciones llegaran al punto de convertirle en un animal, o incluso peor, un objeto. También le sucedió, en algunas oportunidades, que la suerte le ofreció experiencias idílicas de las que se negaba a desprenderse, luchando sin éxito por mantenerse en vilo hasta que el cansancio triunfara sobre su empeño, dejando atrás una morfología agradable para dar lugar a la incógnita que albergaba un nuevo amanecer. Sin embargo, cuando comenzó a acostumbrarse, René se convirtió a un estoicismo poco heroico, más bien como instintivo mecanismo de defensa. Transitó, a partir de ello, por cada metamorfosis con las emociones casi inalterables, y los sentimientos totalmente bloqueados, resguardados en un compartimento mental que creó para protegerse.

Su preciado tesoro era su esencia, su alma que subsistía dentro de aquel cofre de alta seguridad, donde hibernaban sus emociones en un edén privado y secreto. Imposible era ingresar en tal bóveda metafórica, incluso para René, quien se conformaba con preservar allí sus valiosas intimidades, con la certeza de que algún día todo acabaría y podría realizar una excavación introspectiva para recuperar su naturaleza primitiva, intacta e inmaculada a pesar de las periódicas alteraciones. 


.:.:.Fin.:.:.

Ilustración hecha a partir de la lectura del cuento, por




martes, 3 de julio de 2012

El hombre y el árbol.

Nuevamente presento un cuento mio que han publicado el 10/06/2012 en www.psicofxp.com

http://www.psicofxp.com/c/articulos/1487-el-hombre-y-el-arbol.html

Se llama "El hombre y el árbol" y me gusta mucho.

Os lo presento:


Esta es la historia de un hombre que se enamoró de un árbol. En el momento en que su pecho se abrió y su corazón se perdió entre las ramas de aquel gigante natural, supo que era un romance poco conveniente: se prestaba para posibles fallas en la comunicación, presentaba evidentes dificultades para la reproducción, y no era muy bien visto por la sociedad. Pero el verdadero amor es espontáneo, incontrolable para el ser humano –aunque éste viva la soberbia ilusión de ser timonel del curso del planeta. Por lo tanto, no podría hacer nada al respecto; ya sentía mariposas en la panza, y las veía, de colores, revoloteando alrededor de su amado árbol.

Al instante en que descubrió el amor brotar en sus células y expandirse por el torrente sanguíneo hacia cada extremidad de su cuerpo, reconoció que aquel era el verdadero amor, anhelado secretamente por casi todo el mundo. Todos los sentimientos que había experimentado previamente con seres de su misma especie, habían sido en realidad un simulacro, una ilusión de lo que en verdad es el amor. Fueron reales, de eso estaba seguro, y habían sido muy similares a lo que ahora sentía, pero ahora era completamente puro y sincero. Por primera vez, corría libre como un río con pleno caudal sin importarle las represas que pudieran interponerse.

Lo bueno de este exótico romance, creía el hombre, es que no tendría los típicos conflictos que tiene cualquier relación corriente. Se evitarían las incómodas presentaciones familiares, los insoportables planteos de celos o falta de atención, los naturales cambios de ánimo y humor, el temible compromiso y el aún más temible abandono. El árbol estaría siempre allí, erguido en medio de la naturaleza, y jamás le haría crítica alguna sobre sus miserias y vicios, lo aceptaría tal cual es sin pretender cambiarlo. Sus grandes y profundas raíces lo sostenían, no debería preocuparse por contenerlo ni apoyarlo en momentos de inestabilidad que jamás sufriría, ni por despertar un día y ver que su amado lo había dejado, cansado de sus manías. Su árbol sería siempre hermoso; su belleza no podría ser corrompida por el inevitable paso del tiempo, ya que, al revés del envejecimiento humano que vuelve al hombre más frágil y propenso a ser marginado y desvalorizado, al árbol los años lo volverían más fuerte e imponente.

Sin embargo, una venenosa inquietud no tardó en aparecer. Cada tanto, al visitar a su amado, encontraba a alguna persona descansando a la sombra de sus tupidas ramas, apoyada suave y relajadamente sobre su tronco. Al principio, le resultó lógico que alguien quisiera resguardarse de la intensidad del sol bajo la fresca protección del árbol, hasta que recordó que él mismo, con su espalda posada sobre las irregularidades de su oscura corteza, se había sentido protegido, cómodo y feliz, y tales sentimientos lo habían iniciado en el enamoramiento. Comenzaron, entonces, a emerger esos celos dañinos que, como huracán, arrasan con el autoestima y la fuerza de voluntad. Lo grave es cuando se llega al punto en que los celos logran dominar el resto de las emociones, interceptando toda información y manipulándola, con el fin de volvernos locos. Al hombre enamorado comenzó a consumírsele el raciocinio, y un impulso de ira se iba despertando cada vez que veía un ave revoloteando alrededor de su amado, o una ardilla trepando por sus ramas, o un barrilete dándole sombra, o una hormiga robándole una hoja, o a cualquier ser vivo estableciendo algún tipo de relación, aunque indirecta, con su adorado árbol.

Llegó un momento en el que la paranoia producida por el recelo y la inseguridad, se volvió demasiado intolerable, y el hombre despertó de su ofuscación, horrorizado por su estado. Entonces decidió alejarse, abrir su camino y pensar en otra cosa, e intentar retomar relaciones amorosas con personas y no con plantas ni vegetales. Es increíble, pensaba el hombre, cómo las emociones y los sentimientos del alma son los que determinan el devenir de nuestra vida, pero nuestro cerebro se las ingenia para hacernos creer que lleva el control. La mente desarrolla teorías inventadas con el fin de bloquear los instintos y conducirnos hacia donde una falacia universal intrínseca e implícita determina que corresponde dirigirse. Sin embargo, aquel que es realmente valiente y honesto consigo mismo, se deja llevar por los impulsos más sinceros. El hombre, para su propio pesar, era valiente y honesto, y finalmente triunfaron sus sentimientos. Amaba realmente a ese árbol, con toda su esencia y su existencia.

Cayó en una especie de pozo depresivo, ese pozo oscuro que está lleno de corazones rotos y almas desamoradas. Lloraba regularmente, casi sistemáticamente, anhelando la vista de aquel monumento natural al que amaba con insoslayable devoción. Cuando, por momentos, lograba tranquilizarse, cualquier insignificancia lo hacía recordar su angustia. Lloraba en el otoño porque las hojas caían y pensaba en su amado con las ramas descubiertas, mostrándose vulnerable y desierto. Lloraba en invierno, pensando en su amado cubierto por la agresiva nieve que no tiene piedad, y cae sobre sus ramas, rompiendo algunas, y humedeciendo cada grieta de su madera. Lloraba en primavera, al ver nacer las flores, imaginando lo bello que se vería su árbol con un verde recién pintado, iluminado por el sol. Lloraba en la oficina, cuando veía a un compañero romper una hoja de papel, pensando en el árbol que habrían matado para fabricarla. Lloraba y se sonaba los mocos con un pañuelo descartable, y al tirarlo al tacho de basura, lloraba de nuevo pensando en que también por ese pañuelito que él tiraba despectivamente, habrían matado a otro árbol.

Nuevamente, buscó virar su perspectiva ciento ochenta grados, hasta poder verse a sí mismo lo más objetivamente posible, y se dio cuenta que era absurdo continuar con el autoengaño. Qué sentido tenía vivir de esa manera, enloquecido por la pena, abrumado por la nostalgia. Había sentido el amor verdadero, valioso tesoro que infinitos navegantes buscan por siglos, y cuyas historias casi siempre terminan en naufragios sin éxito. En cambio, a él, el amor le tocó el hombro mientras miraba, distraído, hacia otro lado.

Desde aquel día en que tuvo semejante revelación, no se volvió a despegar de su amado árbol. Se lo puede ver, hoy en día, sentado a su sombra, con la piel veteada como la madera.



The end.

Imagen realizada exclusivamente para este cuento, por Nahuel Hartkopf

lunes, 25 de junio de 2012

Manual para vencer el PREJUICIO.

En esta oportunidad, propongo que nos saquemos las caretas, soltemos el forzado estandarte de la extrema tolerancia, y abordemos sin inhibiciones un tema casi tabú: los prejuicios.

Vamos, ¡no seamos hipócritas!
Todos, absolutamente todos prejuzgamos, me atrevo a afirmar autoritariamente.
Estoy segura que hasta la persona con el corazón más puro y benefactor del mundo elabora sus propios prejuicios.
Porque prejuzgar, como la palabra lo indica, significa formar una opinión sobre algo o alguien previo a tener cabal conocimiento de ello.
Y nos la pasamos haciendo conjeturas, creando pre-conceptos y sacando conclusiones anticipadas.
Es algo inevitable, una cualidad propia e intrínseca del ser humano.

Por eso considero que hay que dejar de ser hipócritas, de llenarnos la boca de juicios de valor, de dar cátedra en contra del acto de prejuzgar, porque todos lo llevamos a cabo aunque sea una vez.


No hay que amonestarlo. 

Lo primordial para ejercer la tolerancia y el respeto por el prójimo no es negar el prejuicio, sino vencerlo. Consiste en no acomodarse bajo la sombra de las especulaciones subjetivas, sino enfrentarlas.
¿Cómo? Es tan simple como abrir la mente y no permitir que el prejuicio nos predisponga negativamente frente a su "víctima".

Considero -a riesgo de ser malinterpretada- que puede realizarse de tres maneras que creo igualmente adecuadas, según la ocasión (suponiendo que se tiene prejuicio sobre "alguien" y no "algo", pero luego se puede adaptar a las circunstancias).

Instrucciones para vencer el prejuicio:

1) Buscar la forma de conocer a la persona sobre la que se tiene el prejuicio, para refutarlo o confirmarlo.
2) Si no se desea forzar la relación con la persona prejuzgada, dejar las puertas abiertas para que, si el destino los cruza, se le pueda dar una oportunidad (todos merecemos al menos una oportunidad).
3) Si el prejuicio está muy arraigado, o es influenciado por fuentes que consideramos confiables, quizás no sea demasiado necesario darle una oportunidad a la persona sobre la cual se instauró el prejuicio. En este caso, el correcto proceder es continuar el curso de la vida, otorgarle a dicha persona respeto y buena educación si se presenta alguna circunstancia de interacción ineludible, y de ninguna manera militar en su contra.

*(Si se planea declarar una guerra, sin falta cumplir el punto 1 de mi manual para vencer el prejuicio, para contar con fundamentos. Bajo ninguna condición declarar una guerra a partir de prejuicios.).

martes, 19 de junio de 2012

La premonición de Margarita.

Continuamos con las re-publicaciones de mis cuentos, que se leen primero en www.psicofxp.com

Este salió publicado el 04/06/2012 y el link es:
http://www.psicofxp.com/c/articulos/1481-la-premonicon-de-margarita.html

Enjoy yourselves!


Margarita, de repente, tuvo un presentimiento. Fue instantáneo; de un momento a otro, en su cabeza había un eco premonitorio. Se ha dicho en infinitas oportunidades que las mujeres son brujas, pero luego de mucho tiempo y muchas luchas, tal palabra fue reemplazada por el cariñoso eufemismo “intuición femenina”. Es evidente, no obstante, que existe cierta predisposición del género femenino a ser receptor de mensajes metafísicos que anticipan sucesos con bastante precisión. Supongo que alguien con estudios especializados podría profundizar en dicho asunto, mas no es el momento ni el lugar para focalizarnos en ello.

El caso es que Margarita sintió nacer en su pecho la certeza de que ese día alguien golpearía a su puerta. El presentimiento no vino acompañado de ninguna sensación aproximada al miedo, aunque sí le generó una expectativa, que a partir de ese momento, afectaría todas sus actividades. Cualquier sonido que atravesara el espacio sería asociado al esperado ruido del golpe de la puerta, y Margarita se asomaría cada tanto por la ventana para revisar si había alguien buscándola. La paciencia no era una virtud que la caracterizara, pero supo en ese instante que debería controlar su ansiedad, porque algo le indicaba que aquello que esperaba se tomaría su tiempo en llegar.

Se sentó en una silla, con los brazos apoyados sobre la mesa y la mirada perdida hacia la nada, decidida a especular sobre aquel inminente golpe en la puerta. El arte de especular: la creatividad del ser humano llevada a los extremos de la paranoia, con el fin de elucubrar teorías y perderse en hipótesis que no tienen, necesariamente, una base real. La especulación la llevó por diversos caminos, desde las posibilidades más sencillas e irrelevantes, hasta las extravagancias más rebuscadas y exageradas, y la premonición de un simple golpe en la puerta, era ahora una fantasía llena de variantes y sugerencias.

La mente nos puede jugar en contra en circunstancias como la que le acontecía a Margarita. El asunto se complica, sobre todo, cuando existe una incógnita. Solemos llenar los vacíos de información con ideas que pueden llegar a bordear la ridiculez. Estamos acostumbrados a los límites, a medir todo en bloques determinados por fronteras, y cuando entra en juego la imaginación, tan libre y desestructurada, podemos perder el control. Son tantas las opciones que se van entrelazando y encadenando, que se genera una red de alternativas que pareciera no tener final. En tal enredo, se va consumiendo como un cigarrillo nuestra paciencia.

Sin embargo, Margarita seguía aún en sus cabales. Sin poder pensar en otra cosa, claro, pero con la cordura aún presente. Tomó un diccionario -hacía rato que no hojeaba uno- y buscó su nombre en él. Margarita es una flor, y así se llama también a un cóctel. Margarita era linda como una flor pero, si seguía esperando, se volvería amarga como el tequila. Sobre todo porque desde la adolescencia se había caracterizado por ser una persona romántica. Su romanticismo no era de telenovela, sino de siglo dieciocho; sin quererlo –o al menos, sin proponérselo de forma consciente-, se dejaba llevar por un misticismo sentimental, viéndose influenciada por la pasión y los instintos más primitivos. Esto podía resultarle contraproducente en algunas circunstancias, ya que la arrastraba como corriente marina hacia las profundidades del dramatismo y la melancolía. Por ejemplo, se abstraía en oscuras y lejanas fantasías cada vez que oía una melodía particular que movilizaba la sangre de su cuerpo como la luna a las mareas. Deseaba fervientemente ser musa inspiradora de novelas, como aquellas que prestigiosos autores latinoamericanos colman de hermosas descripciones minuciosas y poéticas. Margarita quería ser letra de canción, poema, sonata, y esto determinaba el curso de la mayoría de sus especulaciones. Siempre esperaría que el porvenir la volviera protagonista de una expresión artística turbia y emocionante.

Toda su vida sufriría tal anhelo, y jamás se enteraría que alguien escribió este cuento sobre ella. Ni siquiera lo sospecharía cuando golpearan a su puerta y descubriera desilusionada, a través de la mirilla, que no era nada maravilloso ni fuera de lo común lo que la esperaba del otro lado, sino que era él, como siempre, su amigo y autor de su absurda biografía. 

The End!

domingo, 17 de junio de 2012

La no-solemnidad del amor.

La vida gira en torno al amor.
A la falta de amor, a la búsqueda del amor, al amor real, al amor ficticio, al amor concretado o al amor no correspondido, al amor negado, al amor oculto, al amor exagerado, a todo tipo de amor.
El amor a uno mismo, el amor a los demás. El amor a los amigos, el amor a la familia, el amor a las mascotas.
El amor al amor mismo, el amor a la vida misma.
La falta de amor, la antítesis del amor: el odio también es eje, porque la vida se basa en opuestos.

Porque todo lo que hacemos, depende de cuánto amor sentimos.
No hablo de romance, no hablo de telenovelas ni de poesía.

Hablo de amor como motor natural, innato e inconsciente.
Y le saco solemnidad al amor; puede ser sublime, pero puede ser también cotidiano.
Está siempre, el amor o la ausencia del amor, y puede tener diferentes magnitudes.

No se si soy clara.
Me refiero a algo así como que según cuánto uno ama, su vida toma determinado curso, distinto al camino que toma cuando, por ejemplo, se odia.
Si uno ama su carrera, la transita con una dedicación particular.
Si uno odia a su familia, probablemente tendrá dificultades en ciertos aspectos, como lo afectivo.
Si uno ama a una mascota, explora un terreno único e inexplicable de amor totalmente puro y desinteresado.
Si uno odia a la sociedad, vivirá como ermitaño.
Si uno ama a la vida, cuidará de ella tanto en lo ajeno como en lo propio.
Si uno odia la muerte, vivirá con miedo.

...son solo ejemplos para poder explicar mejor mi teoría.

Cabe aclarar que no estoy hablando de utopías, de una ilusión donde todos nos amamos.
Un mundo feliz lleno de abrazos y besos por doquier.
NO. 
Simplemente, siento que todo tiende al amor. Si tamizamos todas las acciones del ser humano, se decanta el amor.

En algunos casos es más evidente, como tener un hijo, por ejemplo.
En otras circunstancias, es más complejo el tamizado.
Pero todo lo que ocurre en la vida de un ser humano, tiene como eje el amor. El resto son accesorios, decoraciones, escenografía.

Cuando un ser muere, deja una estela de amor.
O de odio.

Puede dejar, también, creaciones, descubrimientos; cosas productivas, digamos.
Que son, para mí, materializaciones del amor que sintieron por algo:

Por la literatura, por el arte, por la salud, por la gente, por la vida... infinitos etcéteras.

Pero al final de cuentas, creo yo, todo gira en torno al amor.
Tanto decir la palabra "amor" me marea y me hace sentir cursi. Pero no lo soy, no soy cursi, y justamente por eso creo que veo al amor de una forma menos solemne, y más real y natural.


miércoles, 13 de junio de 2012

Flecha de Arcoiris

Va el segundo cuento que me publicaron en www.psicofxp.com el 29/05/2012.


http://www.psicofxp.com/c/articulos/1475-flecha-de-arcoiris.html


Ahí va:


Flecha era un viajero. Se le podría llamar hippie, bohemio, nómade, pero era tan libre que le huía a los rótulos, y a la gente se le trababa la lengua cuando intentaba encerrarlo bajo clasificaciones predeterminadas. Sus ojos estaban llenos de colores, y su mente cargada de imágenes de lugares y personas que nunca había podido fotografiar, por no contar con dicho accesorio tecnológico.


Flecha nunca daba dos pasos iguales, y jamás pasaba dos veces por el mismo camino; esa era su única ley. Improvisaba rutas con el correr de los días, que no tenían para él demasiado orden cronológico, sino que eran más bien una sucesión de soles y lunas que se intercalaban. A veces se aburría, Flecha. A veces, el tiempo era eterno y su soledad le presionaba un poco el pecho. Otras veces, un breve instante de extrema alegría saciaba inesperadamente su ansiedad, ante un anochecer naranja en el campo, o un amanecer violeta en la playa.

Su soledad, existencial e inevitable, era en ocasiones disimulada por la compañía de alguna mujer que se cruzaba en su camino. Por lo general, eran extranjeras que escapaban de sus vidas inconformes, y salían a explorar el mundo en busca de la plenitud y satisfacción del alma. Sin embargo, perdían el tiempo en esa búsqueda de lo imposible, ya que sus almas estaban cubiertas por sus pieles frías, impermeables frente a los sutiles estímulos de la vida, aquellos que llenan a cuentagotas el pecho de felicidad. Compartían incoherentes conversaciones, mezclando idiomas que no les eran familiares, en el afán de entenderse y descifrar juntos las vicisitudes del mundo y la mente humana. No obstante, más allá de las dificultades idiomáticas, no lograban coincidir en el camino filosófico porque ninguna conseguía ahondar en una complejidad de pensamiento tan sensible como la que él navegaba. Al cabo de un tiempo, luego de hacer el amor en exóticos escenarios naturales o en habitaciones públicas de hostales, Flecha, harto de ellas, las acompañaba a tomar un taxi que las regresara a su cómodo hábitat familiar.

De vez en cuando, se cruzaba con alguna mujer de sangre caliente, que bailaba meneando la cintura, evocando en su mente las ondas del mar o el serpenteo del fuego, y que sonreía religiosamente con una genuina alegría que no necesitaba tener justificación o excusa. En esos casos, se acercaba sigilosamente para oler el aroma dulce y natural de una piel salpicada por algunas gotas de vodka, y oír emanar de esa boca sonriente, palabras en una lengua hermana que sonaban como una melodía agradable que escuchara de niño. Pero Flecha era inmune al amor, rechazaba la imagen de aquella sonrisa blanca y miraba hacia el horizonte, donde el cielo y el río se esfumaban en una paleta de azules intensos.

Flecha dominaba el arte de distinguir entre las cosas a las que valía la pena aferrarse, de aquellas de las que debía desprenderse. De no ser así, no tendría de dónde tomar el empujón para abandonar un lugar en el cual se había instalado y emprender una nueva aventura hacia destinos inciertos. De no ser así, lamentaría la ausencia del afecto sincero y más fuerte que cualquier infortunio. De no ser así, lloraría cada vez que partía de un sitio del que se habría encariñado, de no ser así, de no saber soltar y dejar ir. Pero cada partida, cada despedida lo volvía más ligero y libre. Se desprendía de las personas, de los lugares, de objetos materiales, y se aferraba, en cambio, a imágenes, a recuerdos, a sonidos y olores.

A medida que avanzaba por la vida, con sus cinco sentidos completamente atentos al presente inmediato, su cuerpo fue sufriendo pequeñas transformaciones. Sus ojos se abrieron hasta ser como dos enormes planetas celestes; sus piernas se volvieron más delgadas y flexibles, y su piel se llenó de plumas. De ser humano mutó a ave, agitando las alas hacia las alturas, inalcanzables para las manos de la gente ordinaria, que al mirar hacia arriba se encandilaba con la luz del sol. Bueno, en realidad, así solía percibirlo aquel que lo observara, con un leve sentimiento de envidia, como un pájaro volando por la vida. Era dueño de la libertad, emperador de la naturaleza, amo de su propia voluntad. Su forma de caminar fue virando a un andar ligero, sus pies rozaban apenas el suelo, y de lejos, Flecha parecía solo aire, o polvo.



* FIN *